Composición del viaje de una hoja de otoño
Vivir la ciudad a través de una hoja de otoño
Esa sensación de no poder decidir sobre lo único que me pertenece, hacía la experiencia incómoda e incierta. ¿Sería así que se siente una hoja? Para los demás yo era una persona más, ¿un igual?, pero si hubiera sido hoja simplemente me pisarían, o me barrerían.
Dicen Bandeira y Veiga (s.f.) que “nuestras cuestiones no provienen sencillamente de “nuestra cabeza”, sino que nos cuestionamos a medida que establecemos relaciones con los demás y con el mundo”. ¿Quiénes somos para decidir qué es y qué no es basura? ¿Qué pertenece y que no a la ciudad? ¿Las hojas son basura? ¿Debemos hacer algo con ellas? Con esas preguntas alrededor recorrí el Jardín Botánico, haciendo interactuar la basura con la hoja de otoño y también encontrando otras formas de devenir que tiene este personaje: mar de hojas, espejo, alfombra, suelo y camino. Su fin no es sólo olvidarse aplastada en una bolsa plástica. La hoja de otoño es una multiplicidad, que se construye en sus devenires y a través de sus elementos. Habita en la ciudad en el modo más Heideggeriano posible; en sus formas, protege la tierra, la mantiene húmeda, le es de alimento, sirve de material para la construcción de los nidos pero siempre manteniendo su esencia.
“El desierto, la experimentación con uno mismo, es nuestra única identidad, la única posibilidad para todas las combinaciones que nos habitan” (Deleuze & Parnet, Capítulo primero. Una entrevista, ¿Qué es? ¿Para qué sirve?, 1997)
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